En la colonia Condesa de la Ciudad de México, Anthony Veloz comienza su jornada laboral cada día a las 14 horas en una pequeña cafetería. Su historia refleja las realidades que enfrentan miles de migrantes de diversas nacionalidades en México.
Según el Instituto Nacional de Migración, casi 137 mil ecuatorianos ingresaron al país en lo que va del año. Muchos, como Anthony, permanecen en la capital, sin poder regresar a su país o cruzar a Estados Unidos debido a las restricciones migratorias.
Originario de Machala, conocida como la “Capital Bananera del Mundo”, el migrante recuerda que en su ciudad natal el trabajo era abundante. Sin embargo, la estabilidad se deterioró ante el creciente problema de la delincuencia. La extorsión, manifestada en “las vacunas”, escaló a niveles insostenibles.
En octubre del año pasado, el joven tomó la difícil decisión de emigrar. Vender su coche y partir fue su única opción. “La principal razón por la que dejamos Ecuador fue la inseguridad”, afirmó el joven de 23 años.
Con la elección de Daniel Noboa, la seguridad se convirtió en una prioridad nacional, pero “pasará mucho tiempo antes de que haya un cambio”, dado que “el narcotráfico tiene mucho poder”, declaró.
México se presentó como su destino, siguiendo el consejo de un compatriota en Dakota del Norte que le sugirió esperar allí mientras tramitaba una cita a través del programa CBP One, que ofrece una vía “más segura” para ingresar a EU.
No obstante, el trayecto en México fue arduo, marcado por los peligros de viajar con la ayuda de intermediarios. “Desde Tapachula fue un infierno por los robos y maltratos. En Oaxaca ya mejoró”, relató.
A pesar de las adversidades, su sueño sigue intacto: llegar a Estados Unidos para ofrecer a su esposa e hija una vida mejor, un anhelo que comparte con casi medio millón de ecuatorianos que ya residen en ese país.