La poeta neoyorquina ganadora del Premio Nobel de Literatura 2020, Louise Glück, ha fallecido a los 80 años, según información proporcionada por su editor Jonathan Galassi el día de hoy a la Associated Press. Así, entre más dudas que certezas sobre las causas de su muerte, el mundo de las letras se despide de la poeta estadounidense que se colgó el galardón de la Academia sueca después de que no lo ganara un poeta americano desde 1948, cuando le otorgaron el premio a T. S. Eliot.
La poeta fue autora de más de una decena de libros de poesía, recibió el Premio Pulitzer de Poesía, el William Carlos Williams de la Poetry Society of America, la Medalla Nacional de las Humanidades, el Premio Tranströmer y el galardón de la academia sueca. Sobre este último, fue ella la decimosexta mujer en recibir este premio. En palabras de los de Estocolmo: “por su característica voz poética, que con su austera belleza hace universal la existencia individual”.
The Paris Review mourns the loss of Louise Glück (1943-2023). In celebration of her life and work, we’ve unlocked her poems from our archive. https://t.co/J4pscv0vA3 pic.twitter.com/nPScWoYL6I
— The Paris Review (@parisreview) October 13, 2023
Dentro de su obra traducida al español se encuentra El iris salvaje (Pre.Textos, 2006), Arat (Pre-Textos, 2008), Las siete edades (Pre-Textos, 2011), Averno (Pre-Textos, 2011), Vita Nova (pre-Textos, 2014), Primogénita. La casa en el marjal (Visor, 2021), Noche fiel y virtuosa (Visor, 2021), Recetas invernales de la comunidad (Visor, 2021), entre otras. Casi toda publicada por la editorial española Pre-Textos, quien tenía sus derechos (casi) absolutos hasta antes de que ganara el Nobel en 2020. Luego la historia tomó un giro “inesperado”.
No fue gratuito que ganara todo, o al menos casi todo, dentro de su país, pues tuvo una trayectoria de seis décadas. Su poesía tenía una viveza propia. Permea, en su obra, el humor, los visos filosóficos, retratos fortuitos del mundo agridulce en que le tocó vivir. No por nada sus más grandes influencias se hallaban en el universo de Shakespeare, la mitología griega, el mismo Eliot, William Carlos Williams, entre muchos otros.
Así, entre la brevedad característica de su poesía, se cuestionó aquello que para otros significaba quizás la base de su lenguaje poético: el amor y el sexo. Acaso nihilista nunca declarada, desencantada de lo romántico, apegada a la naturaleza del dolor. Bajo esa sombra, fue profesora en Stanford y en Yale, donde no hizo sino inspirar la autenticidad de las voces de cada cual. “Hasta amé alguna vez, a mi manera / repugnante, humana / y como todo el mundo llamé a ese logro / libertad erótica / por absurdo que parezca”, escribió en Las siete edades.
Dejamos un poema para honrar su legado:
Nieve de primavera
Mira el cielo nocturno:
en mí poseo dos personas, dos clases de poder.
Estoy aquí contigo, en la ventana,
observando tu reacción. Ayer
la luna se alzó sobre la tierra mojada del jardín.
Hoy la tierra brilla igual que la luna,
como materia muerta, encostrada de luz.
Ahora puedes ya cerrar los ojos.
He escuchado tus llantos, también
los llantos anteriores a los tuyos,
y he sido sensible a sus demandas.
Te mostré lo que querías:
no la convicción sino el sometimiento
a la autoridad, que descansa en la violencia.
Con información de 24 Horas